Estudios realizados en los últimos años han demostrado que ciertos trastornos de la conducta alimentaria como la anorexia y la bulimia pueden ser hereditarios, no en términos genéticos, sino en cuanto al ambiente psicológico, a la dinámica familiar en que se desarrolla un individuo, porque las madres también padecieron el problema.
Los hijos cuyos padres padecen trastornos alimentarios, como la anorexia, tienen una mayor probabilidad de sufrir este problema, que afecta a cerca den uno por ciento de la población, y puede llevar al suicidio al cinco por ciento de los jóvenes afectados. En el caso de la anorexia existe una predisposición genética a sufrir la enfermedad, aunque el riesgo es mayor si, además, se combinan factores como tener baja la autoestima, las burlas de compañeros con sobrepeso, la presión social o el tipo de alimentación.
El inicio de estos trastornos se produce en edades muy tempranas y consideró esencial comenzar la prevención en niñas de entre 9 y 12 años, ya que la transición entra la niñez y la adolescencia es un período de alto riesgo, especialmente en las niñas.
Si se observa que el niño o niña comienza a hacer dietas o a tener una baja autoestima, porque afirma no estar igual que otros niños más delgados, los padres deben ponerse en alerta. Si los padres observan que el niño ha tenido cambios de conducta o que no se siente cómodo ni feliz consigo mismo, es momento de hablar con él o ella y ver qué está ocurriendo. Si no se puede manejar con una conversación familiar, será necesario buscar ayuda profesional.
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